lunes, 30 de julio de 2018

-VIDAS ENCONTRADAS- vol. VII //IMPOTENCIA//



                El rencor es el arma más peligrosa contra uno mismo. Se amontona, te invade y acaba con la humanidad que las almas albergan. Deshilacha todas las hebras que construimos a favor del acopio más dañino.
El desenlace es la extinción del yo a favor de la acumulación cancerígena que consume. La destrucción interna de todo lo que pudimos ser pero que nos obligamos a desechar.

                Hace tiempo que negué el rencor. Me tocó aceptar el destino que me habían obligado a vivir.
Nunca me quejé, pero aún lo sigo sufriendo. No diré que soy feliz; pienso que a nadie se le debería negar su identidad y a mí, por desgracia, se me negó. Muchas veces culpé a dios y cuando rechacé lo divino comencé a cargar contra mí misma. Entonces me di cuenta que somos lo que nos ha tocado vivir y este paso fugaz por la vida es una experiencia que decidimos hallar para aprender lo que necesitamos. No hay nada más en esta simpleza, no existe mayor complejidad en esta misión.
Somos meros transmisores al servicio de nuestros decretos ocultos, que decidimos olvidar para encontrar la senda correcta en este juego de preguntas sin respuestas y bifurcaciones erróneas pero atractivas. Que decisión tomar es una quiniela entre el bien y el mal.
El destino es la aleatoriedad mejor orquestada de todas las causalidades.

                Mi trolley rasgaba los adoquines de una acera del barrio de la Latina mientras buscaba el número quince de la Plaza de la Cebada.
Madrid era una inmensidad para mí, después de haber pasado gran parte de mi vida en Talavera la Real me enfrentaba a aquel gigante de asfalto que engullía a todos aquellos que mostraran la más mínima debilidad, o eso me habían contado.
En realidad no tenía la menor idea de cómo bucear en una gran ciudad, pero siempre el miedo a la desconocido queda inmerso en las mentes de aquellas personas que no conocen más que el trabajo al sol entre olivos. Mera especulación hacia lo anónimo, como muchos antes dijeran; querer atar las lenguas de los maldicientes es lo mismo que querer poner puertas al campo y el terror a la urbe estaba tan instaurado en aquellas personitas de pueblo que maldecían a diario la vida urbana. Yo, por supuesto, no era una excepción.

                El número quince de Plaza de la Cebada quedaba frente a mí. Al acercarme veo el portero automático y me dispongo a buscar el tercero B. Una vez lo encuentro lo pulso repetidas veces hasta cerciorarme que escucharan mi llamada, espero que haya alguien en casa.
Pasan unos segundos hasta que puedo escuchar la réplica.
- ¿Hola? - contesta una voz de mujer con bastante dulzura.
- ¿Patricia, eres tú?
- No, soy Noelia. ¿Quién eres?
Por primera vez escuchaba la voz de su pareja. Tenía tantas ganas de conocerla y demostrar mi apoyo a su valentía que había soñado miles de veces como serían nuestras primeras palabras.
- Hola Noelia, soy Claudia la tía de Patricia.
Y los segundos restantes se manifestaron con el más absoluto silencio.
- ¿Noelia? - insistí.
- Sí, sí. Encantada Claudia. Sube.
El sonido de la apertura automática acalló todos los demás. Comenzaba un periplo complicado y aquel era el primer paso hacia la redención.


                - ¡Pero tía Claudia! ¿Por qué no me has avisado? Hubiera preparado algo especial para tu recibimiento.
Patricia me abrazó. Las muestras de cariño nunca fueron su fuerte pero conmigo eran tan habituales como ponerse los zapatos cada mañana.
Se mostró cercana y cálida, como era la costumbre conmigo. Siempre me gustó el olor de su pelo; creo que ese perfume natural era el reflejo de lo extraordinaria persona que era. La admiro porque siguió su camino sin importar lo que dejaba atrás y ahora se puede percibir su felicidad. Las recompensas a los grandes sacrificios tarde o temprano acaban por llegar.
- No sabía dónde ir - respondo compungida.
Un gesto de preocupación se manifestó en las caras de Noelia y Patricia.
- ¿Qué ha pasado?
- Patricia, tú tío me ha pedido el divorcio.
- ¿Cómo? Pero se os veía muy felices juntos.
- Eso pensaba mi niña, pero al parecer ha encontrado una mujer que le puede dar lo único que no puedo ofrecerle - las lágrimas comenzaban a bañar mis mejillas y calaban el vestido que llevaba puesto.
- ¿Quieres un café Claudia? - el ofrecimiento de Noelia era una pausa a toda aquella tensión.
- Con leche por favor. Gracias maja.
Se dispuso a abandonar el salón, aquella estrategia era una acción cordial para poder estar a solas con Patricia.
- Es muy guapa y se nota que es buena persona - me sincero.
- Es estupenda. No sabes cuánto me ha ayudado en todos estos años. Ha sido mi pilar en Madrid, igual que tú lo fuiste en Talavera.
- Todos merecemos ser escuchados, mi niña. Cuando entendemos a los demás podemos comprender el porqué de todos sus movimientos y así predecir donde se puede encontrar su felicidad. Lo demás es apoyar sus buenas decisiones y aconsejar en las malas.
- Y ahora te mereces ser escuchada. Siempre he creído que eres una mujer fuerte que no necesita de consejos, ni opiniones pero a veces nos olvidamos que todos somos humanos y demandamos ser escuchados sin temor al prejuicio. - Patricia agarra mi mano - Nunca dejaré que te ocurra nada malo. Si decidí vivir mi vida es por tu apoyo y ahora tú necesitas el mío.
- He podido enfrentar muchas dificultades. Bien sabes que ha sido un reto diario por la auto-superación pero no me preparé para esto. Nunca me blindé para ser rechazada por mi mayor debilidad.
No quería llorar pero era una tarea difícil. Desde que conocí mi imposibilidad de tener hijos he intentado suplir esta carencia con entretenimientos que me alejaran de aquella realidad.
Desde pequeña este sueño fue haciéndose más grande hasta ser demolido por aquellas pruebas que sesgaron de cuajo todas mis ilusiones.
Muchos me dijeron que la tarea de ser madre no era primaria para poder vivir al completo pero yo no pensaba lo mismo y no me sentía mal por ello. Cada persona tiene sus sueños y decide vivirlos como les apetece o percibirlos por la negación.
La satisfacción o frustración son actos que decidimos y somos libres de experimentarlos sin ser analizados como bichos raros por ello.
Dejadme frustrarme, también esto forma parte de mí.
- Merecemos nuestros momentos de rabia y debilidad. No somos peores por ello - Patricia me sonríe.
- No estoy preparada para esto. Es lo último que me hubiera imaginado.
- A veces la vida nos avisa de la posibilidad de otra manera de afrontar los hechos que decidimos. En esas ocasiones donde nos zarandean como a un pelele debemos hacer autocrítica y no caer en el sufrimiento. Siempre existe una salida a todos los problemas.
Cuanto había crecido. Nunca imaginé que aquella chica perdida podría convertirse en una mujer decidida, pero como siempre la realidad se manifiesta de maneras impredecibles y nos golpea con el paso de los años. Yo seguía estancada en la misma pose artificial, intentando tapar todas las carencias con parches mal cosidos, en vez de derrumbar todo lo que había construido de manera errónea para rehacer el patrón desde cero y montar un vestido que me encajara como un guante.
Ya iba siendo hora de comenzar.
- Quizá tengas razón. Los problemas sin solución son aquellos que no queremos ponerles fin. Tengo que dejar esas convicciones atrás y aceptar lo que soy.
- Exacto tía. Cuando nos aceptamos tal y como somos empezamos a ser un poco más felices.
- Gracias Patricia.
- De nada y por cierto, puedes quedarte aquí el tiempo que sea necesario.
- No quiero ser una molestia.
- Nunca has sido ni serás una molestia para nosotras.

                Desconocía si aquella presión liberada del pecho era una forma de evadir los problemas para comenzar a replantear que es lo que tenía ahora. Durante muchos años había compartido la vida con otra persona y ahora me encontraba sola ante un nuevo horizonte.
- ¿Puedo ir al baño?
- Claro, la segunda puerta del pasillo a la izquierda.


                El espejo reflejaba una imagen desconocida. Ojeras, cara desmaquillada, pelo revuelto y un vestido de entretiempo en pleno invierno. Se podía intuir con la rapidez que había dejado mi casa para huir de aquellas paredes llenas de recuerdos que ahora me negaba a interiorizar. Necesitaba borrarlos por completo si no quería que me consumieran.
Aquel hombre que me prometió la luna ahora danzaba con una joven de treinta años que podía ofrecerle lo que yo no podía. ¿Y después qué? Cuando tuviera su hijo ¿estaría completo?
Lo dudo, conocía bien a aquel desgraciado. Había aceptado sus errores porque en el amor hay que ser tolerante. La balanza se inclina hacia un lado u otro, cuando vemos que lo positivo pesa más que lo negativo tenemos que hacer un juicio de valor y aceptar que lo malo también hace especial a una persona, admitiendo que la perfección no existe.
Patrañas. Las idioteces internas no dejan de ser hechos que, tarde o temprano, acaban por consumir una relación. Sí de verdad te importa alguien debes mejorar cada día.
Él nunca estuvo dispuesto a mejorar por mí y eso fue su mayor acto de egoísmo que culminó con mi abandono. La valentía no solo se mide por actos heroicos, a veces el mayor rasgo de valentía es poder sacrificar algo importante para poder compartir, por ejemplo, la vida.

No estaba dispuesta a ser zarandeada por un personaje al que quería tanto que me costaba odiar. Nunca podría albergar rencor hacia él, pero sí enumerar todas sus debilidades hasta hacerlo desfallecer. Si algo había aprendido a lo largo de los años es que no necesitaba de carácter para poder destrozarlo con simples hechos.
¡La culpa!, nunca pudo con la culpa.
En un estante a la izquierda del espejo hay una sucesión de pequeños botes de medicamentos. Los vacío todos y comienzo a engullir lo que cae en mis manos. Uno tras otro hasta no dejar nada.

Me siento en la taza del wáter. Dejo pasar el tiempo y todo se ralentiza. Tengo sueño, comienzo a perder el equilibrio y me deslizo hasta quedar sentada en el suelo.
Me pesan los brazos, ya casi no puedo moverlos. La visión se enturbia y el mundo comienza a parecer un recuerdo difuso.
El tiempo es algo impredecible ahora, pueden haber pasado horas o quizás minutos. No estaba segura de estar dentro de mi cuerpo porque no respondía a ninguna orden y todo se oscurece.

                ¿Me siento orgullosa? Quizá no. Intenté vivir de la mejor manera dadas mis dificultades pero no conseguí encontrar mi labor en todo ese puzle inconcluso.
No pude ser fuerte y enfrentar al titán. El valor no fue mi virtud, al fin y al cabo he decidido acabar todo con el acto más cobarde.
¿Habrá sido la mejor decisión?, no lo sé pero es la que he tomado. Ya me juzgaran otros que bien son ilustrados en la imbecilidad, poniendo las razones que me han llevado a realizar el suicidio. Al fin y al cabo todos vamos a acabar igual algún día.
Si tengo que repetir, lo haría reencarnada en una estrella de mar. Podría decidir cuándo tener mi descendencia y no depender de nadie. Vivir sola en el océano, viendo pasar el oleaje agarrada a una roca y así pasar mis días.
Sola, sola… sola.

® Juanjo Reinoso. 2018.

3 comentarios:

  1. Efectivamente a nadie se le debería negar su identidad, y a veces cuesta mucho defenderla.
    Las vidas encontradas siguen convergiendo con algún descarrilamiento, también.
    Buena narración y bien trazada la sicología de los personajes, como siempre.

    ResponderEliminar
  2. Muchas veces no entendemos los problemas de los demás y actuamos como hadas madrinas que pueden solucionarlo todo. El incoveniente es que, en muchas ocasiones, no sabemos nada de las circunstancias de los demás para afrontar sus dificultades y juzgamos la falta de movimiento que tienen esas personas.
    Yo soy de la opinión de sólo dar consejos, porque cada uno es esclavo de sus actos y si no quieren ponerle fin es por algo que han decidido en su momento que no les deja avanzar. No hay solución a un problema ajeno si el que lo sufre no pone empeño en solucionarlo. También hay personas que se regodean en sus problemas y no quieren solucionarlos, por lo que debemos dejarles hacer.
    Por ello ha surgido este relato en vidas encontradas, una manera de exponer que aunque todos parezcamos fuertes y decididos (como se nos mostró esa Claudia del volumen I) en el fondo no aceptamos nuestras taras e intentamos rellenar esos huecos con actos insustanciales, cuando ese no es el camino.
    Gracias por la opinión y en espera de más relatos tuyos.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Muy de acuerdo en todo. Muy atinado lo de juzgar la falta de movimiento: se juzga a quien está quieto, pero se dispara a quien se mueve, es irónico…

    Se debería dejar los “juicios” para los (falibles) jueces, cuando de veras la ley ha de intervenir. Y, en el terreno personal, plantar cara a las personas dañinas, simplemente, y que las juzgue el tiempo. Si las encaras y tienen más poder que tú, quizá te destruyan (o no). Pero vale más morir matando (en el sentido metafórico, ojo) a quien conduce una apisonadora que te va a aplastar de cualquier modo, en el caso de que sí te aplaste.

    ---
    Tengo serios problemas para concentrarme en escribir ahora, ojalá pueda retomar mi blog pronto. Gracias por interesarte y un abrazo. Seguiré leyendo tus escritos.

    ResponderEliminar