lunes, 16 de julio de 2018

-VIDAS ENCONTRADAS- vol. V //CORRESPONDENCIA//




       El reloj de pared marca las cinco. Los toques sonoros retumban por quintuplicado, recuerdan al eco emitido por los  agujeros de los pozos donde solía gritar de niño.
Fue en esos días tempranos de mi infancia cuando decidí ser cantante, ya han pasado sesenta años desde aquello.
Cuando deseas algo con fuerza y crees que tú felicidad sólo depende de la realización de ese sueño, obvias las verdades universales y te entregas al arduo trabajo de conseguir tus metas sin importar que pierdes en el camino.
Los errores son algo humano y por supuesto, yo no me he librado de cometerlos, incluso de repetirlos hasta la saciedad por el único objetivo de ser feliz, o por lo menos eso creía. Soy consciente ahora de lo inútil de todo ese trabajo construido durante años. La ambición es caprichosa y cuantas más metas alcanzas, más necesitas. El final de todo esto es una constante frustración al no poder alcanzar el cielo, cuando su límite es infinito e inabarcable.
Pensaba que los huecos existenciales se rellenaban con logros materiales pero de nuevo me equivocaba. Los espacios cedidos a los sentimientos no pueden ser rellenados con hechos banales, con éxitos tangibles, ni con dinero; Nunca el dinero conseguirá nada importante.
            Estoy nervioso. Esos mismos nervios que preceden al comienzo de un concierto. Nunca me acostumbré a los diez segundos caóticos de entrada a escenario, se me hacían eternos hasta que comenzaba a cantar. Cuando cantaba, todo fluía en crescendo hasta sentirme cómodo, poderoso, con talento… dueño de mi destino.
Pero esto no tenía nada que ver con mis recitales a miles de personas. Ahora mi público era escaso, la más exigente crítica a la que me tenía que enfrentar; mi hija.

            Llega media hora tarde. Odio la impuntualidad, he logrado apreciar el valor del tiempo y perderlo conlleva no recuperar ningún instante invertido en cosas inútiles, como la espera.
Aunque para ella he estado ausente la mayor parte de su vida, quizá mi hija piense que yo sea su pérdida de tiempo. Lo tengo merecido, esperar es un precio a pagar por no haber existido durante años, pero sigue sin gustarme, alguien como yo no debería esperar nunca.

¡Ding – Dong!
El sonido del timbre rompe el diapasón marcado por el péndulo del reloj y me dispongo a abrir la puerta. El largo pasillo hasta la entrada me sumerge en un tira y afloja de sensaciones que se manifiestan confusas ante la presencia de la única persona que me da miedo, hacia aquella niña que ahora tiene su propia vida y ha logrado subsistir sin la necesidad de mi presencia. En pocas ocasiones me he sentido inútil pero con ella siempre he sido inservible, un cero a la izquierda.


            - Hola Maca. Que bueno tenerte aquí – son las únicas palabras que logro articular ante el aluvión de sentimientos que se amalgaman dentro de mí.
- Hola Marcos, perdona por la tardanza. Había un poco de tráfico y en esta zona es complicado aparcar – sonríe. Aquella sonrisa me llena el corazón, resuelve todos los problemas que advierto a diario. Me doy cuenta de cuan estúpido he sido, su sonrisa sí me hacía feliz y se expuso de manera gratuita. Toda una vida de búsqueda se manifestaba inútil y encontraba la felicidad en aquella cosa tan banal, tan cotidiana.
- No te preocupes hija.


            La tetera desprendía un hipnotizante zigzagueo de vapor. El agua estaba en el punto idóneo para tomar un buen té.
Coloco las tazas y vierto el contenido con lentitud.
- Es un té negro ahumado procedente de las montañas del sur de China. Elaborado de manera artesanal por monjes tibetanos. Es complicado conseguirlo en España, aunque tengo mis contactos - guiño a mi hija mientras termino de llenar su taza.
- Lástima que no seas tan constante para otros menesteres de la vida padre. Te hubiera ido mucho mejor - Maca realiza una incómoda pausa - ¿Para qué me has llamado?

Estaba esperando esa pregunta. Me había preparado el mejor discurso para hacer menos incómodo el envite. No estaba seguro de su reacción, no estaba seguro de nada con ella.

- Hoy hace cinco años de la muerte de tu madre. He pensado que deberíamos recordarla como es debido. Fue una mujer maravillosa, íntegra, fuerte y con un cariño enorme por la vida. Me entristeció cuando conocí su enfermedad y creo que debo homenajearla como es debido…
Maca me interrumpe.
- Espera, espera. ¿Después de cinco años de su muerte me estás diciendo qué debemos homenajearla? No seas hipócrita Marcos, la abandonaste cuando estaba embarazada de mí porque no estabas preparado para ser padre. Tú carrera estaba despegando y no pretendías perder la oportunidad que te habían ofrecido.
< – Niega con la cabeza - Pero no sabes lo hermosa y estupenda que era, decidiste no hacerlo. Elegiste llenarte de aplausos huecos que compartir la vida con alguien que te amaba de verdad.
<
- Pero Maca, ya he…
- ¡No! No quiero escucharte decir cosas que no sientes. Puedes engañar a la mayoría de tus palmeros con palabras falsas que sólo van destinadas a engordarte el ego cada día más. ¡Nunca has estado cuando eras necesario! Ahora no pretendas estar para mí cuando he aprendido a vivir sin necesidad de tenerte. Eso es algo que me has enseñado bien.

A ninguna otra persona le permitía hablarme así. Cualquiera que se hubiera atrevido a entonar esas palabras contra mí tendría un gran enfado por mi parte y, con seguridad, un estigma que le acompañaría de por vida. Lo más probable es que no trabajaría en nada importante en su vida, mis contactos se extendían más allá de lo artístico y controlar parte de la política te convierte en peligroso. Pero Maca rompía todos esos esquemas de poder para dejarme indefenso ante la verdad sin tener derecho a réplica.

- No pretendo llenar el vacío que te he causado. Sólo quiero recuperar el tiempo que no he aprovechado contigo. Con el paso de los años te das cuenta que la felicidad no se encuentra en los éxitos sino en poder compartirlos. Me gustaría vivir mis últimos años contigo y que algún día puedas perdonarme. - Exponerme de aquella manera me mostraba frágil, ya no era el joven impetuoso que una vez fui, ahora era un viejo caduco que necesita de constante aprobación porque el miedo estaba dibujado en mi frente, comenzaba a tenerlo por todo.
- Es demasiado tarde Marcos. Un día decidiste apartarme de tu vida, ya han pasado casi cuarenta años y el tiempo cerró las heridas pero no puedo olvidar.
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Maca agarra la taza y bebe de un trago el té.
- Hija, hay que tomarlo poco a poco - le interrumpo.
- ¡Joder Marcos!, esto sabe a cenicero - una mueca de asco invade su cara.
- Es té ahumado.
- ¡Pues menuda basura!

- Lo siento hija, por todo - me sincero a Maca.
- Lástima que te hayas dado cuenta tan tarde - Se levanta de la silla - Gracias por el té.
- ¡Espera! – Del bolsillo de mi chaqueta saco un sobre y se lo entrego – Tú madre quería que te lo entregara hoy.
Lo toma con cuidado y observa su frontal - Gracias, Marcos - Una lágrima cae por su mejilla - Adiós.
- Adiós hija.





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            ¿Qué había sido aquel despropósito? No entiendo como Marcos había montado aquel circo con la intención de recordar a mi madre, cuando no se había interesado por ella jamás.
¿Qué le perdonara? Yo no tenía nada que perdonarle. Él había elegido su vida mucho antes que yo naciera y ahora pretendía borrar todo aquello como si nada hubiera existido.
Después de una vida de éxitos viene la decadencia, todo ese castillo de naipes que había construido se empezaba a derrumbar y es cuando llegan los remordimientos, cuando sabe que va a morir solo.

La carta aún está en mis manos, en ella pone un escueto “Para Maca”, sin duda es la letra de mi madre. Me detengo junto a una parada de autobús solitaria y tomo asiento en aquella marquesina. Abro el sobre, comienza a romperse en forma de zigzag mientras emite un sonido característico. Saco los folios que alberga y una carta escrita a mano se deja ver después de años de espera.


Querida Maca:
Soy yo, tu madre. Te preguntarás ¿por qué después de cinco años vuelvo? Sencillo. Quería empezar a ser un recuerdo cuando esta carta volviera a ti.
En estos años de ausencia seguro que has hecho grandes cosas, pero también habrás sufrido grandes decepciones. No te preocupes, al final todo se resuelve si tienes el ímpetu y la fuerza de solucionarlos.
Yo estaré bien, después de dejar este mundo seguiré un camino desconocido y por lo tanto una nueva etapa para mí. Sabes que siempre me gustaron los retos.

Aunque el motivo de esta carta es hacerte abrir los ojos, intentar de alguna manera que dejes atrás el rencor para poder perdonarte a ti misma cuando llegue el momento de hacerlo.
Tenemos nuestras cuentas pendientes que el orgullo nos obliga a dejar de lado y en toda esa mezcolanza de sentimientos se encuentra tu padre, Marcos.
Él eligió un camino equivocado, no olvido su egoísmo. Pero todos tenemos derecho a una segunda oportunidad en la vida. Él también necesita dejar este mundo sabiendo que alguien estrechará su mano cuando decida marcharse. Quien deba juzgarlo no depende de nosotras, seguro que bastante sufrimiento tendrá al conocer la mentira que ha decidido vivir.

Marcos fue el amor de mi vida durante muchos años y su decisión fue tomada con sufrimiento. No intento justificar su mal hacer, pero sí me veo en la obligación de cerrar esa etapa contigo y recuperar el amor que perdió: el de su hija.
Más vale tarde que nunca. Rescatar todos los años perdidos será imposible pero será posible vivir los que preceden como padre e hija.

No cedas al odio y el rencor. Nunca traen nada bueno.
Te quiero.

Marina


¿Cuándo había empezado a llorar? Mis ojos eran un mar que manaba inquieto sin pretensión de acabar. Cuanto te echaba de menos, no sabías cuanto.

- Gracias mamá.





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            A veces merecemos la injusticia porque en nuestro oficio de la vida no hemos encontrado las armas correctas para desarrollar de manera satisfactoria la cordialidad, el cariño, el afecto… el amor. Nuestro aprendizaje es constante, aún en nuestra última etapa podemos sorprendernos y recibir lecciones de personas que, en principio, han vivido menos.
Cuantos errores he cometido, demasiados.

¡Ding-Dong!
¿Quién llamará ahora? Vuelvo a tomar el largo pasillo hasta la entrada. Abro la puerta y en el zaguán se encuentra Maca.
- Ho… Hola Maca.
- ¿Puedo entrar?
- Por supuesto, entra. ¿Quieres tomar algo?
- Cualquier cosa, menos el té de colilla ese - sonríe de nuevo. Quizá no esté todo perdido.
- ¿Un té Tieguanyin?
- Papá, con un refresco me vale.
- Bien... Gracias por volver Maca.


® Juanjo Reinoso. 2018.


5 comentarios:

  1. ¡Buen relato! Me encantó el desarrollo.

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  2. Son series David... hay que esperar a la siguiente ;)

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  3. Buen trabajo, palpable y a flor de piel como siempre.

    La única forma de saber si el perdón es posible, es intentarlo. Y tenga uno más o menos culpa, el mayor error está en dejarse contagiar por la falta de humanidad en el ambiente. Que siempre favorece fríamente la distancia personal y las rupturas, sobre todo en una sociedad radicalmente capitalista, no capitalista a secas.

    Y ello independientemente de los errores que cometa uno y de lo que haga luego para intentar subsanarlos. Si tu padre anciano es un problema, lo primero (y casi único) que te dicen es “mételo a un asilo”. Si tu pareja te hace sufrir de alguna forma, y aunque no llegue al maltrato, lo primero que te dicen es “déjala, busca otra”, Etc.

    En tiempos primitivos la valentía consistía en enfrentarse a una fiera para comer su carne. En la actualidad el verdadero heroísmo estriba en no dejar de ser humano del todo. Y seguimos siendo igual de cavernícolas, pero con un Smartphone en vez de una lanza, eso sí.

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    1. Gracias Bonifacio por comentar otra entrada más y dar tu opinión de los temas quién trato, desde una perspectiva muy clara y hacían una dirección muy marcada.
      Me gusta oir cada semanas tus opiniones al respecto. Un saludo.

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