El recuerdo de un
lugar, la esencia que transporta a la infancia, sus colores y formas.
Todo sigue igual: la
jarra de cerámica sobre la encimera de granito, la maceta roja de orquídeas bajo
la ventana que da al patio… Pocas cosas han cambiado, aunque otras están
ausentes y poco a poco van distanciándose, convirtiéndose en un lejano recuerdo.
Mi madre está
sentada en una silla de enea, junto a la mesa de madera torneada que descansa
junto a la puerta de la alacena. Llora desconsolada, apoyando sus codos en la
tabla vestida con un mantel de ganchillo que cubre un plástico transparente
hecho a medida. Llora como nunca antes le había visto llorar. El pelo
alborotado, la camisa arrugada, la falda descolocada y medias-calcetines hasta
la rodilla; no me recuerda a ella.
La imagen de un
cristo crucificado preside la cocina, tallado en hueso blanco cercado por
pequeñas betas negras que le cruzan el pecho y los pies. El crucifijo es de
madera de cedro; siempre me gustó ese olor peculiar que aún persiste, parece
negarse a abandonar aquellas paredes.
- ¡María! - Mi tía
Claudia interrumpe aquella escena familiar. No se percata de mi presencia y
acude con los brazos extendidos hacia el lugar donde se encuentra mi madre –
Cuanto lo siento, te acompaño en el sentimiento.
Mi madre se levanta
y se funde en un abrazo con su hermana.
- No estoy preparada
para esto Claudia.
- Nadie lo está
María, pero podremos superarlo.
- ¿Qué haré ahora?
- Vivir… ¡Vivir! -
Claudia aprieta los hombros de mi madre, mientras sacude levemente el agotado
cuerpo de su hermana.
El murmullo comienza
a hacerse persistente, la casa está repleta de gente que viene a dar el pésame,
a ver el muerto que yace en el dormitorio. Una mezcla entre obligación y
curiosidad; así fue siempre este pueblo.
-¡Mi niña! - Claudia
me encuentra, anda apresurada hacia el rincón junto al frigorífico donde
pretendo aislarme. – Patricia, que alegría verte. ¿Cómo estás? – Me abraza con
ternura. Echaba de menos esos abrazos.
- Bien tía -
respondo, sin saber muy bien que diría a continuación.
- ¿Cómo te va por
Madrid? - como siempre ella sabía cortar esos silencios incómodos.
- No me puedo
quejar- esbozo una sonrisa mientras acaricia mi cara.
- Tienes que
apuntarme tu teléfono, no quiero volver a perder el contacto contigo.
- ¡Claro!
Y Claudia de repente
calla, esa pausa que resulta eterna. Aquellas mismas que hacen pensar que un
mundo se crea dentro de otro mundo, que los pensamientos se disparan hacia
todas las direcciones creando universos paralelos, situaciones inverosímiles y
al final, después de un leve titubeo que pretende dar forma a la ficción nace,
como ese cachorro que llega indefenso a este mundo, sin saber muy bien si esta
vida lo tratará bien o será su mayor enemiga.
Calla porque siente
que debe guardar silencio, pero lo veo en su mirada, lo siento en mi pecho: La
compasión.
- No seas muy dura -
Esas son sus palabras. Aquel fue el resumen de su mundo interior, de su
conflicto, de mi conflicto.
Las palabras sobran
y una sola mirada basta para que Claudia comprenda que mi llegada allí estaba
pronosticada. Mi tía distingue que detrás de aquel halo de tristeza y sollozos
existe un pasado imposible de borrar, difícil de negar.
- Ánimo.
Y se marcha dejando
su rastro impugnable, su presencia infinita.
- Siempre te quiso
mucho - se decidió a decir mi madre.
- Ella nunca me
juzgó.
María borró la
pequeña sonrisa que le había causado mi presencia. Sentía que las cosas no
serían como antes.
- ¿Sabes por qué te pusimos Patricia?
- No.
- Porque ese era el
nombre que mi hermana quería para su hija. Siempre me lo repetía cuando
trabajamos en la recogida de aceituna - sonríe- se le iluminaba la cara cada vez
que me hablaba de ese nombre - suspira - Claudia tenía mucho amor que dar. Sabe
Dios que he rezado y pedido mil veces que esa niña llegara, pero nunca llegó.
- Lo que somos en
esta vida es algo que no podemos evitar. Debemos aceptar que nuestra naturaleza
es la que es - cruzo los brazos sobre el pecho -. No somos culpables de nuestra
naturaleza. Claudia no decidió ser estéril pero ha afrontado su revés con
entereza, sin juzgarse a ella misma, sin pensar qué metas hubiera alcanzado
siendo madre. Porque entonces no quedaría nada de ella, sería otra persona.
- Pero no es justo.
- La justicia es
algo que debemos encontrar. A cada uno de nosotros nos pertenece una clase de
justicia madre, y en ocasiones no es buena y ponemos todas nuestras fuerzas en
negarla intentando encontrar un beneficio propio y nos equivocamos. Afrontar nuestras consecuencias es aceptarse a
uno mismo. No tiene nada que ver con una lanza divina que guía nuestro destino.
Percibo el
agotamiento en mi madre. Unas grandes ojeras le abrazan los hinchados ojos y el
color blanquecino de su cara hereda el tono marmóreo de una escultura griega
que huye de la perfección estética, para mostrar los surcos profundos de la
vejez. Cinceladas por un devenir de acontecimientos que han empeorado su
elasticidad transformándola en un paraje cuarteado y yermo.
- ¿No le vas a dar
un abrazo a tu madre? - Esas palabras retumban en mi conciencia: ¿orgullo o
permisividad? Intento buscar la culpabilidad, retroceder al pasado para
encontrar el dolor, la angustia, la decepción, pero ahora se manifiestan en un
leve sentimiento difuminado y lejano, más semejante a un enfado de niña a la
que niegan un helado de chocolate.
Doy un paso y
encadeno otro, la maquinaria se pone en movimiento y al final cedo, aquella
guerra había durado demasiado.
Y el abrazo rompe la
barrera invisible impuesta en el pasado. Madre huele a jazmín, a bosque salvaje
en un atardecer lluvioso, a jabón de Marsella y a lejía. Huele como siempre:
esa mezcla entre lo sublime y lo cotidiano.
- Te he echado tanto
de menos, mi niña - las lágrimas brotan de sus ojos. Mi madre llora, llora
porque siente que debe llorar, llora porque la culpabilidad se refleja en
sentimientos básicos y ella no conoce otra forma de manifestarla.
- Madre - deshago el
abrazo y mis manos cercan sus hombros - Estoy aquí porque prometí volver cuando
aquel que yace allí - señalo a través de la puerta de la cocina - dejara este
mundo. Mi presencia hoy aquí no quiere decir nada, esto no cambia las cosas y
por supuesto tampoco lo que soy.
-¿Qué hicimos mal?
-¿A qué te refieres,
madre?
-Te educamos bien,
te criamos con amor. ¿Por qué?, ¿por qué decidiste coger ese camino?
Me entristezco. Nada
ha cambiado, todo sigue siendo tan dañino como siempre. La manifestación de la
ignorancia sólo crea pensamientos obtusos y aquel pensamiento era el más obtuso
que me habría podido tocar.
- Madre yo no he
decidido absolutamente nada. ¡Soy así!, fui lo suficiente valiente para
aceptarme y enfrentar una familia que no admitía lo que soy. Que padre
decidiera echarme de casa no me cambió, que padre me pegara hasta sangrar no me
cambió, que padre me negara como hija ¡no me cambió! ¡¿Dime, crees que ahora su
muerte me hará cambiar?!
La puerta de la
cocina permanecía abierta. Cerca del umbral persistían sedentes dos mujeres
entradas en años. No las reconocía aunque miraban con demasiado interés lo que
sucedía en el interior de la cocina.
Ando con ligereza
hasta la puerta.
-Señoras,¿quieren
una foto o prefieren colaborar en la conversación? - Cierro de un golpe - Odio
este pueblo.
-¿No ha venido?-
preguntó madre con un hilo de voz.
-¿Quién?
- Noelia.
- Está en un hotel
en Badajoz. ¿Por qué?
- Quiero conocerla.
-¿Para qué, madre?
Silencio. A eso se
resumía mi vida en aquella casa: a silencio y desaprobación.
- ¿Para qué, madre?
Silencio.
- Quizá la que
debería cambiar eres tú. De alguna manera permitir todo lo que pasó te hace tan
culpable como padre. No, yo no soy la que debe revisar sus sentimientos, sé
bien de que pasta estoy hecha. Me acepté y vivo feliz con ello. Dime, ¿eres tú
feliz?
Silencio.
- Siempre fuiste una
sombra. Sumisa, leal, servicial y cuando algo no te convencía guardabas
silencio por temor a las palizas que igualmente recibías. Incluso cuando ya te
has librado del verdugo reniegas de ti y decides encerrarte en otra cárcel de
silencio. ¡¿Qué temor tienes?!
Silencio.
- Bien. Cuando
entierren a padre me iré y no volverás a verme más.
- Me quedaré sola -
rompió a llorar de nuevo María.
- Te quedas sola
porque así lo has decidido, se consecuente y asume la responsabilidad de tus
decisiones - me tranquilizo, respiro y espero unos segundos - Te acompaño en el sentimiento María.
- No estoy preparada
para esto, mi niña.
- Nadie lo está
madre, pero podrás superarlo.
- ¿Qué haré ahora?
- Vivir madre,
vivir.
® 2018. Juanjo Reinoso.
Todos los derechos reservados. Cualquier distribución debe ser autorizada por el autor del registro.
Todos los derechos reservados. Cualquier distribución debe ser autorizada por el autor del registro.
No soy muy partidario del realismo puro y duro, y menos del social. No me gusta la imitación de la vida, en un principio. Pero a veces la vida hay que describirla como es, con lo físico y lo emocional entrelazados, y en este texto lo haces bien. Logras algo muy difícil: ver la realidad de dentro afuera. Solo así se pueden mostrar bien las vísceras sin que se desparramen, lo cual en mi opinión es el mayor riesgo del realismo, aunque tú lo evitas bien.
ResponderEliminarTendemos justo a lo contrario en esta era de la imagen. O sea: a ver la vida desde fuera, entrando a saco con desgarro cuando queremos ahondar más.
No solo describes bien los personajes y el contexto, que se pueden palpar. Tus diálogos son naturales, certeros. Atrapas hasta el tiempo, y casi duele. Buen trabajo, te seguiré leyendo.
Muchas gracias por tu comentario, tu aprecicación y tu opinión.
EliminarYo tampoco soy muy amigo del realismo aunque comienzo este blog como una etapa para afrontar todas mis dificultades a la hora de escribir y experimentar como puedo defenderme en situaciones que no están en mi zona de confort.
Hay cosas que hago de manera natural porque llevo dedicándome muchos años al teatro y es inevitable que no se absorba la forma "realista" que tiene este género de exponer a los personajes para poder empatizar y crear un vínculo cercano.
Me hace mucha ilusión tu comentario y me anima a seguir con esta serie que en principio no tenía demasiado claro si iba a funcionar.
Gracias.
Es curioso, siempre me pareció una buena idea tomar lo bueno del teatro, su descarnada inmediatez, para aplicarlo a la narrativa dándole frescura. El teatro leído es soso, falta que la escena le dé vida. Pero la narrativa visible (por llamarla así) puede ser un buen experimento.
EliminarEn cierto modo yo hago eso en lo que escribo, siempre inserto en mis relatos escenas bastante visuales y diálogos muy de estilo teatral. Y también escribo teatro, llevo mucho tiempo con una tragicomedia en tres actos que no acaba de cuajar. Tiene un cierto estilo a lo Jardiel Poncela. Lo cual no sé si es un anacronismo o un atrevimiento o las dos cosas, dado que el teatro de hoy sigue otros rumbos posmodernos, digamos. Y quizá es eso lo que también me frena un poco…
Jardiel Poncela y Ionesco. Es un poco refrito teatral del siglo XX.
EliminarEn el teatro no existen anacronismos, simplemente miradas diferenciadoras.
EliminarYo tengo mis opiniones sobre el teatro de estampa moderna que se hace ahora, pero como opinión muy personal la guardo, para que no haya malentendidos.
Soy un amante del teatro en general aunque tengo mis preferencias.
Te ánimo a acabar esa obra y te entiendo, porque escribir teatro es más complejo de lo que parece. El dramaturgo se encuentra solo ante la palabra y saber llevar diálogos sin caer en lo descriptivo es harto difícil.
Ionesco me parece una maravilla y Poncela un gran desconocido, por desgracia, en el mu do teatral.
Espero leer esa obra.
Un saludo!
Cuando la termine (no sé cuando) la publicaré en mi blog y te avisaré para que la leas si tienes tiempo, y opines. Saludos.
EliminarMe ha gustado mucho tu relato Juanjo. Es un relato corto, pero en el que se dicen y se sugieren muchas cosas, es pura emoción. Una vida de pueblo perfectamente ambientada con la muerte del padre, y unos personajes muy bien definidos, sobre todo la hija que quiere vivir su vida y para ellos se tiene que marchar, y la madre abnegada y sufridora en la sombra y que todavía no llega a entender a su hija.
ResponderEliminarEnhorabuena,
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias Ziortza. Me ilusiona que te guste y sientas todo lo que sucede de manera palpable.
EliminarUn abrazo.
Me ha encantado
ResponderEliminarMuchas gracias Raúl. ;)
EliminarAh, qué bueno. Leo arriba la discusión por la forma pero yo, primero privilegio la historia. Sin historia no hay nada. Me gusta del final cómo se invierten los papeles entre madre e hija.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo.