miércoles, 7 de noviembre de 2018

LOS DESEOS DE ADRIÁN



           A Adrián le gusta ver los peces danzar por el riachuelo mientras chapotea la superficie con cualquier rama que ha encontrado en los alrededores. Es un niño peculiar, poco hablador, introvertido y con esa mirada de señor mayor que sabe observar en lo más profundo de las miserias humanas.
No es ese alumno popular en la escuela. A veces, debe defenderse de las acusaciones más viles  de sus compañeros, que lo ven más como un objetivo a abatir que a un amigo al que ayudar. No le tiembla la mano a la hora de dar una paliza a quien sea.
Quizá, vivir en la montaña, a una hora en coche del núcleo urbano más cercano, no ayude. No tiene hermanos y sus padres lo protegen como una valiosa pieza de cristal de bohemia que está a punto de quebrarse por la más leve brisa que circunda los alrededores.
Hace tiempo que tiene conversaciones con su abuela. Largos monólogos en la que ella escucha pero nunca aconseja. Adrián la aprecia pero nunca quiere salir a tomar el aire con él y prefiere descansar en la mecedora de la salita de estar, junto a la cocina.
Su madre, sin embargo, lo regaña cada vez que lo encuentra junto a ella. Adrián se excusa en no dejarla  sola, necesita compañía. Pero sólo recibe malas palabras y algún azote de su madre acompañada de la misma frase mientras cierra con llave la puerta de la salita.
- La abuela Sofía murió hace cuatro años.
Pero horas después vuelve a encontrar la puerta abierta, los lamentos de su abuela y el crujir de la madera de la mecedora.

                Hace tiempo que siente un vacío en su alma, aunque no es esa clase de hueco que necesita ser rellenado con hechos o atenciones. Adrián se siente incompleto y no sabe cómo llenar esa desazón que lo acompaña día y noche.
Sólo recibe consuelo cuando está con su abuela y le explica lo que ha sucedido en el día: el beso de esa chica que desea pero nunca llega, el maltrato recibido por los populares de su clase y que acabó en empujones y patadas, la belleza en la mirada de la profesora de matemáticas, la fascinación que siente por ver heridas y el brotar de la sangre…
Con bastante asiduidad, más en los últimos meses, sale a pasear cerca de la casa junto al riachuelo. Allí encuentra pequeños escarabajos a los que arranca la cabeza; le divierte ver como al separarla del cuerpo queda un hilo blanquecino.
Pero Adrián quiere más, experimentó un gran placer al descuartizar el primer ratón que capturó, junto al gallinero. Estaba atrapado entre la tela metálica que configuraba la puerta improvisada. Chilló varias veces, intentado morder sus dedos, pero al sacar sus tripas, todo se silenció, siendo la más bella melodía que había experimentado. Adrián entonces, tuvo su primer orgasmo. Lavó su ropa interior impregnada de una sustancia blanca y pegajosa con aquel olor fuerte característico que en ese momento desconocía como había llegado allí.
Después fueron animales más grandes, comadrejas, gallinas, gatos, perros. Adrián no podía parar, aquello le hacía sentir vivo, completo.
Observó que aquellos animales volvían y correteaban junto al lugar donde los había descuartizado. Le agradaba más su nuevo aspecto volátil, ligero y atractivo.
Se acostumbró a ellos, aunque nadie más los veía saltar a su alrededor. Aquello le hacía sentir especial.

                Lourdes era esa muchacha de melena rubia y aspecto angelical. Adrián había estado enamorado de ella desde que iban a parvulario pero nunca se había atrevido a decirle nada. Ya tenía doce años y experimentaba el desarrollo hormonal típico en las muchachas de su edad.
Adrián, como muchos otros niños, se había dado cuenta de ello y no dejaban de observar, no sólo a Lourdes, sino a todas las niñas de la misma edad que comenzaban a desarrollar sus atributos.
Pero para él, Lourdes era especial. Bella y perfecta.
La siguió durante meses, aprendiendo de memoria los caminos y atajos que tomaba para ir a  casa, convenciendo a sus padres de recogerlo unas horas más tarde.

                Lourdes fue asesinada el 24 de octubre de 1994, en el claro boscoso que había entre su barrio y una urbanización en construcción cerca del colegio.
Había recibido un gran golpe en la cabeza, que seguramente fue la causa de la muerte, pero se encontró desmembrada. Aquello había sido un asesinato premeditado y no pudieron encontrar al culpable.
Adrián la visitaba a diario después de aquello, seguía vistiendo su traje de colegio y deambulaba sin destino alrededor de la explanada, que cada año iba perdiendo más árboles.
En el 1999 sólo quedaba un gran claro y Adrián podía ver de lejos a Lourdes, con su traje de colegiala y sus doce años. No había cambiado nada.
Hablaba con ella, le contaba todas sus batallas de chaval adolescente, ella observaba y callaba. Pará él aquello simbolizaba la felicidad.

                En enero de 2001 comenzaron la construcción de viviendas pareadas en aquel claro y Adrián dejó de ver a Lourdes. Sintiéndose de nuevo solo, desesperanzado e incompleto.

                Primero fue María, una compañera de universidad, la recogió en su coche y la llevó hasta un pantano cercano. Allí la mató, violó y descuartizó. Tiró sus restos al fondo cerciorándose que no volvieran a flotar.
Después Lucas, un niño adolescente que volvía de sus clases de futbol. Adrián conocía a sus padres y el chico accedió a que lo acercara a su casa. Nunca volvió.
Ariadna, Pedro, Soledad, Lucciano, María, Amparo, Silvia… fueron tantos que perdió la cuenta. Visitaba a todos los que podía, para preguntarles cómo se sentían y que esperaban de aquella nueva vida, pero nunca le contestaban. Para él aquello era la felicidad.


                - Nunca pretendí hacer sufrir a nadie. Mi misión en esta vida es hacer llegar a los mortales la posibilidad de poder experimentar que hay más allá de la muerte, y me provoca un gran placer. La muerte sólo es una etapa de una existencia más larga, pero experimentar una muerte tormentosa te ancla a un lugar.
Yo sólo facilito esa existencia y sesgo de manera feroz una vida llena de miserias. Me debéis estar agradecidos, porque doy una nueva visión a personas maravillosas.
Debéis entender que la muerte sólo es eso, muerte. El principio de una nueva etapa y nadie estamos exentos de experimentar esa meta que nos llega por destino.
Mi encargo es hacer llegar a esas personas que se lo merecen por encima de otras. Permanecer en este mundo infernal sólo crea mediocres del sistema y aquellas personas elegidas deben prosperar.
- ¿Elegidas por quien, Adrián?
- Elegidas por la causalidad. Yo no decido, se me expone como hecho y sólo ejecuto unas órdenes que me llegan de una divinidad superior. No conozco quien es, ni me habla, sólo me expone de manera fortuita los encuentros y yo los aprovecho.
- ¿Reconoces el asesinato de Julia Martínez Castrau?
- Julia es una de tantas en una larga lista de personas elegidas. Las veo hoy aquí como veo a tantos otros que deambulan en busca de una explicación.
- ¿Hay más?
- ¡Claro que los hay! Muchos son merecedores de la salvación.
- ¿Qué salvación, Adrián?
- De aquella que no todos merecemos. Existen caminos, tantos como verdades podemos digerir como correctas, pero nos equivocamos estrepitosamente porque sólo existe una verdad. ¿Me preguntáis por la salvación? Pues yo os contesto, la salvación no nos pertenece a todos, la salvación es un hecho aislado que sólo beneficia a unos pocos y esa élite de elegidos son los afortunados que pueden dar el siguiente paso y disfrutar del plano consecutivo.
Yo soy el pastor que camina entre esos dos planos y tengo la obligación de velarlo.
- ¿Qué es el plano consecutivo?
- Lo que espera después de nuestra muerte, uno de tantos planos que existen. Debemos aprender que todos tenemos una misión a cumplir, unos más importantes y otros menos. Yo sólo acelero el paso de aquellos que ya hicieron suficiente por nosotros y tienen aprendidas todas las lecciones. Permanecer en este limbo de vida es sólo una manera de desaprovechar su aprendizaje y liberarlos de ese yugo es el mayor acto de amor que puedo ofrecerles.
- ¿Y Julia era una de ellas?
- Ella es un ser especial. Su sangre me sirvió bien y disfruté mucho cuando se apagó. Su último hálito de vida me hizo experimentar uno de los mayores placeres que un mortal puede percibir. Nació para otorgarme ese momento tan especial y yo le ofrecí la inmortalidad, ahora vive en los bosques por la eternidad, rodeada de naturaleza. Sin poder enfermar, ni envejecer.
Un gran principio para su nueva etapa.
- ¿No te sientes mal por ello?
- ¿Por qué debería? Yo ofrezco la salvación. Mi proceder es un hecho indiscutible y está apadrinado con la verdad universal. No, no me siento mal por algo que radica en el bien común. ¿Quizá debería avergonzarme de algo que nos hace bien a todos?
- Son asesinatos, Adrián.
- Te equivocas, son liberaciones. Quien ve un asesinato en un hecho puro me está comparando con cualquier psicópata que mata por el placer de matar. Mi objetivo no es acabar con las vidas de personas desconocidas; hay quien siente placer viendo las vísceras de un cadáver porque en ello experimenta la adrenalina de lo prohibido. Yo no estoy loco, ni soy un psicópata. Conozco bien lo que soy. Mi directrices son muy diferentes a cualquier trastornado psicológico o asesino en serie. Yo doy esperanza.
- ¿Esperanza a quién?
- A imbéciles como tú, que no saben ver más allá de su propia nariz. Con estos actos altruistas yo salvo al mundo. Libero a aquellos que no merecen estar en esta podredumbre.
Esto es un infierno y tanto tú como yo estamos atrapados en una espiral demoníaca, dueña y señora de todo lo que nos rodea. Soy lo más parecido a un ángel.
- ¿Sabes qué vas a ser juzgado por asesinato e irás a la cárcel?
- Si ese es mí sino lo aceptaré con la positividad que un hecho de esa índole puede infligir en mi misión. No tengo miedo a lo que me depare los siguientes pasos, tengo miedo a no saber que esperar de aquellos que aún siguen vivos y no merecen ser salvados.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque el corazón de los impuros está lleno de oscuridad y deben consumirse hasta que puedan desechar de su cuerpo toda esa podredumbre que llevan dentro. Los actos míseros ennegrecen los corazones y el alma, condenándola a permanecer aquí. Quien muere con esa podredumbre vuelve al ciclo de vida, nace de nuevo y experimenta otro aprendizaje.
- ¿Crees que yo no merezco la salvación?
- Veo que una mujer cercana a ti no para de decir en voz baja porque la abandonaste en aquel asilo. Lleva taladrándome la cabeza desde que usted ha entrado.
- ¿De qué estás hablando?
- De su madre.
- Mi madre murió hace…
- Siete años, en un asilo llamado de la Paz, a los 84 años de edad y de una leucemia que complicó una neumonía.
- ¿Cómo sabe eso?
- Me lo está diciendo ella, está justo detrás de usted.
- ¡Eso es una locura!
- ¿Y por qué cree que estoy aquí? No sólo se me acusa de asesino, también de estar loco. Usted tendrá que repetir, tantas veces como su mísera existencia crea conveniente hasta limpiar su negrura.

La sesión interrogatoria acabó con la salida en estampida del psicólogo.
Adrián fue confiado y dejó demasiadas pruebas en el cadáver de su última víctima. Su esperma les dio la prueba de ADN que necesitaban.
No pudo deshacerse del cadáver porque los gritos de alerta llamaron la atención de unos senderistas que andaban cerca de la escena del crimen y tuvo que salir corriendo si no quería ser atrapado por la policía.
Fue acusado de asesinato y se le atribuyeron catorce crímenes más que él mismo confesó. Con lo que el juez dictaminó tres cadenas perpetuas.
Murió en 14 de Abril de 2017 en un psiquiátrico de alta seguridad, se había acuchillado así mismo cuarenta seis veces. Lo encontraron tumbado en el catre de la celda con una gran sonrisa, impregnado en su sangre y semen con una nota escrita de su mismo puño a los pies.

- ¡He sido elegido!


®Juanjo Reinoso

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