lunes, 25 de junio de 2018

-VIDAS ENCONTRADAS- vol II //ESTIGMA//


Recuerdo la canción favorita de mi padre: “Have you ever seen the rain” de Creedence Clearwater Revival. Se ha convertido en el atlas sentimental que marcó mi infancia y vuelvo a ella cada vez que quiero abstraerme, que necesito olvidar la madurez discapacitada que me ha tocado vivir. Cuando comienza su melodía todo se vuelve sepia y el tiempo se ralentiza. Deseo que la vida fuera tan sencilla como cuando era niño.

Hace un día estupendo. El cielo tiene un azul intenso y juega al escondite con las nubes a través de la copas de los árboles. Una brisa suave mueve el ramaje esquelético que comienza a perder las hojas y su color verde intenso, sin embargo, el suelo es una manta ocre de frondas que adornan la tierra al estilo de las catedrales góticas.
Hace frío, aunque el sol calienta la escasa piel que mi ropa deja al aire.

- ¡Papá mira lo que hago! - Mi hijo Jaime me llama a través de una multitud de madres que se agolpan en el parque infantil. Orquestan un murmullo lineal semejante a un canto budista, que se quiebra por los gritos de los niños al jugar.
Permanezco junto a la valla de colores que delimita la zona de juegos. Miro a Jaime y entorno la mayor sonrisa que mi cara puede ofrecer.
Se lanza por el tobogán, aterriza en el acolchado suelo y cae de rodillas. Al levantarse se sacude los pantalones de pana y corre hacia mi encuentro.

- ¿Me has visto papá? - balbucea exhausto por el ajetreo que conlleva un constante ejercicio por el juego.
- ¡Claro! Ha sido el mejor desde que hemos llegado - respondo sorprendido creando una excesiva reacción a su pregunta.
Jaime sonríe y mi mundo toma sentido en aquellos breves segundos. Vuelve a trotar hacía el castillo de madera donde se aglutinan los demás niños. Me recuerda a la toma de una fortaleza en miniatura, con gritos en vez de armas.

- Es un buen niño - me comenta una mujer que está a escasos metros de mí.
- ¿Perdón? - respondo extrañado. Por supuesto había entendido a la perfección sus palabras, aunque la sorpresa se defendía con esa pregunta necia. La escasa costumbre de no estar familiarizados a sociabilizar con extraños nos convierte en escépticos.
- Que es un buen niño - repite la mujer.

En ese momento me percato de su aspecto: Morena, alta, ojos verdes y un dorado color de piel. Parece tener unos treinta años y creo que es guapa, demasiado.
- Sí, lo es - me aturullo y las palabras se amontonan creando un cuello de botella que no deja escapar ningún sonido entendible, sólo un gutural - ah eh.
- ¡Oh! Perdona, me llamo Lourdes y soy la madre de Marcos - señala entre la multitud a un niño rubio que está jugando con Jaime - Van juntos a primaria y son muy buenos amigos.
- ¡Ah! Yo me llamo Manuel - me acerco a presentarme, hago el amago de dar dos besos que inmediatamente son correspondidos - Soy el padre de Jaime - pienso al instante que eso ha sonado estúpido.
Lourdes sonríe - Lo sé. Maca suele traer a Jaime los sábados. Me ha sorprendido que vinieras porque es un ritual al que no falta bajo ningún concepto.
- Ya, Maca tenía un evento importante hoy y me pidió por favor que si podía quedarme con Jaime en lugar de mañana. Por supuesto no quería que faltara a su ritual de todos los sábados - se me escapa una sonrisa - Hay que seguir los protocolos.
- ¿Qué tienes pensado hacer ahora?
¡Menuda sorpresa! Esa presentación pareciera ser una excusa extraña para llegar a la pregunta que ella acababa de realizar, sin duda todo aquello me pillaba con la guardia baja. Nunca me hubiera imaginado que una mujer como Lourdes podría mostrar algún interés en mí.
- Pues… Quería llevar a Jaime a comer al “Right Food” que tanto le gusta - pongo una expresión resignada - sólo por los regalos que dan con el menú. Cuando terminemos debo llevarlo con su madre, aproximadamente sobre las seis de la tarde.
- Ah genial - De su bolso extrae una tarjeta y un bolígrafo. Tacha y apunta un par de cosas, gira la tarjeta y escribe lo que parecen ser números - Toma, si quieres a las seis de la tarde puedes llamarme. ¡Ah! Por favor, no le digas nada de esto a Maca - señala la tarjeta - Espero que me entiendas.
Lourdes vuelve a darme dos besos y se despide.
- Lo dicho. Llámame.

Mientras se aleja quedo junto a la valla, inmóvil, esperando que el momento otorgara algo de razón a mi cabeza y poder vislumbrar la luz en aquel camino surrealista que se había presentado como una ridícula estampa de realidad.
Cuando salgo de aquel estado de estafermo, advierto que mi mano derecha agarra con fuerza una tarjeta rectangular donde hay tachadas varias cosas y apuntadas a mano otras.

Escort
Ada Lucca
Lourdes Garcí

No consigo distinguir el número de teléfono que estaba tachado en el anverso y decido voltear la tarjeta. Los números de un móvil aparecen junto a un esquemático corazón y una carita sonriente.
Sin querer, dejo escapar una sonora carcajada que me devuelve a la fría realidad. Por un instante había creído que aquella deslumbrante mujer había puesto los ojos en mí porque pensaba que yo era un buen hombre necesitado de amor incondicional y que ella era la persona idónea para el castigado cuerpo que me había tocado habitar.
Por un instante me había sentido útil, con una finalidad significante y orgulloso, por un instante en mi vida había adquirido un sentido por el cual los planetas giran, el universo se expande y el tiempo se detiene. Pero la realidad es una súbita fuerza que golpea arrastrando miles de escombros que se convierten en proyectiles, perforando el más robusto sentimiento hasta convertirlo en chatarra.



                - ¡Hola! Bienvenidos a “Right Food”. ¿Van a ser dos?
 Una chica delgada con uniforme amarillo y negro nos recibe con una excesiva amabilidad, en su pecho lleva una placa con su nombre: Nadia.
-- respondo intentado asemejar su hospitalidad con una sonrisa amplia.

No la reconozco, aunque venir en sábado me hace suponer que también afecta a los cambios de turno en el restaurante respecto al domingo. Con agilidad sujeta dos cartas de colores llamativos y dos posa-vasos de cartón.
- Por favor, ¿me acompañan?
Jaime agarra mi mano con fuerza mientras Nadia nos adentra en un laberinto de mesas con sillones adosados a la pared.
- ¿Aquí les parece bien?- señala un reservado que no quedaba muy lejos de los baños.
- Perfecto, gracias.
Coloca las dos cartas sobre los mantenles de papel impreso que tiene dispuestos en la mesa, deposita los posa-vasos y retira los cubiertos sobrantes.
- ¿Qué van a tomar? - sugiere la camarera una vez estamos sentados.
- Una cerveza sin alcohol y para él un refresco sin cafeína, por favor.
- Entendido. En cuanto tengan claro que van a comer les atenderá mi compañera Patricia. No olvide que los refrescos son recargables sin coste.
Y se marcha con su eterna sonrisa dibujada en el rostro.


                - ¡Hola, Jaime! - Patricia se acerca con la cerveza y el refresco que deja hábilmente sobre los posa-vasos.
- ¡Hola “Patichia”! - dice con dificultad mi hijo.
- ¡Qué guapo estás! - Le da un sonoro beso en la mejilla - ¿Qué tal Manuel? ¿Cómo un sábado por aquí?
- Un cambio de planes de última hora. ¿Y tú qué tal?
- Bueno… ayer volví de Badajoz del funeral de mi padre.
- Vaya, lo siento.
- Gracias. Estoy bien, es una historia muy larga de contar.
- Sí quieres un día quedamos y me la cuentas - intento insistir de nuevo. Patricia era aquella clase de mujer que todo hombre desearía: Guapa, atenta, lista y autosuficiente. La razón principal por la que cada domingo repetía allí era poder conseguir una cita con ella, pero siempre buscaba un motivo para declinar todas mis proposiciones.
- Te aburriría, Jaime tiene mejores anécdotas por contar que yo - sentenció de nuevo. Una cobra dialéctica más para mi currículo.
- De todas formas la oferta sigue en pie. Si un día necesitas hablar estaré encantado de poder intercambiar opiniones y experiencias - encadeno de forma desesperada intentando tener un atisbo de aprobación en sus palabras, una leve nota de afirmación que me haga entender que existe alguna posibilidad.
- Lo tendré en cuenta, gracias - se detiene para coger la Tablet de pedidos - ¿Sabéis que vais a comer?
- - Y de repente la cercanía cesa, para convertirse en una relación camarera-cliente - Una ensalada y un chuletón de ternera poco hecho.
- ¿Con guarnición de verduras o patatas gajo?
- Patatas gajo. ¿Y tú Jaime?
- ¡Hamburguesa! - grita mi hijo con una felicidad total.
- No le pongáis kétchup, ni salsas.
- Hecho.



                La valla de madera que cerca mi antigua casa está pintada de color oliva. Me gustaba más su antiguo color blanco roto, le daba un aspecto limpio que camuflaba todas las historias oscuras que habían sucedido en aquellas paredes.
La puerta de entrada permanecía igual, en ese color anaranjado que lo asemejaba a la madera de haya que me resultaba tan relajante.
Toco el timbre. No quiero probar mi antiguo juego de llaves, aunque con toda seguridad la cerradura ya habría sido cambiada hace tiempo. No sé porque decidí conservar aquel maldito manojo.
¡Ding-Dong!
Se oyen pasos hacia la puerta. Jaime suelta mi mano cuando escucha saltar el pestillo y al abrirse entra corriendo hasta desaparecer al final del pasillo.
Maca aparece tras el portón y mira hacia el interior de la casa.
- ¡Jaime, no corras!
- Hola Maca. ¿Puedo hablar contigo?
Mi exmujer me mira extrañada - Claro, ¿Qué quieres Lolo?

Sólo ella me llamaba así. Me hacía sentir familiar y protegido cada vez que escuchaba ese nombre de su boca. Maca había sido la mujer de mi vida durante veinte años, de los cuales siete fueron de matrimonio.
Empezamos muy jóvenes, demasiado. Quizá por ello nos descuidamos tanto, quizá por todas esas circunstancias hemos llegado hasta hoy, sin entendernos, sin vernos y sin ser justos.

- Maca. Necesito que volvamos a estar juntos.
- Lolo, ya hemos hablado de esto. No quiero volver contigo.
- ¿Por qué?
- Porque no es eso lo que quieres. Tienes una absoluta dependencia, no sabes estar sólo y creo sinceramente que debes aprender a convivir contigo mismo antes de cometer otro error.
- ¡Pero he aprendido!
- ¡No! No has aprendido cuando vuelves a preguntarme lo mismo cientos de veces durante el año que llevamos separados.
- Esto es sincero.
- Recuerda que no eras feliz y que por ello te dejaste a la bebida, no quiero volver a pasar por ello.
- Llevo casi un año sin beber Maca.
- ¿Y quién me asegura que no volverás a emborracharte? Lolo, lo nuestro se acabó hace mucho. Eres un buen hombre pero necesitas conocerte un poco mejor. El día que dejes la dependencia enfermiza que tienes por las personas y las cosas comprenderás - Maca comienza a tener los ojos vidriosos- No sabes el daño que me haces con esto. Quieres volver conmigo pero no es por amor, tu única intención es no estar solo cuando vuelves a casa y poder respirar tranquilo porque piensas que tu vida está completa. ¡Óyeme! Nunca lo estará hasta que no entiendas que eso no significa nada, estarás vacío hasta que no decidas enfrentarte con tus miedos y te reveles a tu dañina situación que lo único que consigue es autodestruirte. ¿Lolo? No, no me vuelvas a hacer esto… ¿Lolo?...


“I want to know”… Todo se vuelve sepia… “Have you ever seen the rain?”… Me recuerda a mi niñez… “I want to know”… Era tan sencillo… “Have you ever seen the rain comin´ down on a sunny day?”... Y me marcho, en busca de una verdad que me sea más favorable.

Busco en mi bolsillo y los dedos se topan con la tarjeta. Por lo menos Lourdes no me juzgara, por lo menos ella sabrá lo que siento.

Yesterday, and days before,
Sun is cold and rain is hard,
I know; been that way for all my time.


® 2018. Juanjo Reinoso.
Todos los derechos reservados. Cualquier distribución debe ser autorizada por el autor del registro.

3 comentarios:

  1. Buen texto. De dentro afuera y a flor de piel, igual que el previo.

    Interesante perspectiva también. Un niño atrapado dentro de un adulto que, a su vez, no encaja en un mundo externo adolescente de fast food, es decir: su contexto tampoco es lo bastante maduro o fiable, y eso termina de descolocarle.

    Una de las principales paradojas del mundo posmoderno que vivimos es justo esa misma: los valores clásicos son líquidos, cuando no se han evaporado totalmente. Y el relativismo imperante solo improvisa soluciones de comida rápida también, según surjan las cosas. Entre el dogmatismo rancio del pasado y la indeseable anarquía absoluta, escogemos instalarnos en una inercia nihilista, como inestable cuerda floja.

    “Conocerte a ti mismo”, “enfrentarte con tus miedos”, Etc. tal como aconseja Maca, ha dejado de ser un moderadamente complejo paso evolutivo necesario para cualquier persona, para convertirse en casi una pirueta circense extrema a día de hoy, al resultar tan escasas las referencias sólidas.

    Ya no recordaba la canción de Creedence, es bonita. Por decirlo así, “queda la música”, que es el título de una bella canción de Luis Eduardo Aute que te recomiendo si no la conoces. También bastante nostálgica y muy al caso.

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    1. Muchas gracias de nuevo Bonifacio.
      La intención con esta serie es transmitir esas situaciones personales que todos sufrimos, de una manera u otra.
      Para mi, empatizar con esta historia es el objetivo principal al escribir, si lo consigo está cumplido.
      Por supuesto tocar temas específicos abre un abaníco de comportamientos personales que asimilamos por experiencias propias o de terceras, después comenzamos a desgranar y sacar punta al sub-texto, lo que no se dice pero queda implícito.
      Escribir sin decir es lo que siempre me ha movido, me encantan las historias que quedan debajo de la trama y que se palpan, se viven, se saben.
      Como siempre muy agradecido de tus comentarios que me ayudan mucho a seguir.
      "Queda la música" de Luis Eduardo Aute no la conocía, pero quedará ahora en mi biblioteca musical.
      Un saludo.

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    2. Acabo de ver tu comentario a mi cuento de los platos rotos. Se perdió como spam, el tuyo y otro. Gracias y perdona, te respondí allí.

      Seguiré leyendo tu serie, por lo que dices y por lo que dejas entrever.

      Acabo de publicar otro relato algo más largo, aunque es ligero de leer. Está en forma narrada, pero es casi una obra de teatro coral en un acto, por decirlo así.

      Saludos.

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