El rencor es el arma más
peligrosa contra uno mismo. Se amontona, te invade y acaba con la humanidad que
las almas albergan. Deshilacha todas las hebras que construimos a favor del acopio
más dañino.
El desenlace es la
extinción del yo a favor de la acumulación cancerígena que consume. La
destrucción interna de todo lo que pudimos ser pero que nos obligamos a
desechar.
Hace tiempo que negué el rencor.
Me tocó aceptar el destino que me habían obligado a vivir.
Nunca me quejé, pero
aún lo sigo sufriendo. No diré que soy feliz; pienso que a nadie se le debería
negar su identidad y a mí, por desgracia, se me negó. Muchas veces culpé a dios
y cuando rechacé lo divino comencé a cargar contra mí misma. Entonces me di
cuenta que somos lo que nos ha tocado vivir y este paso fugaz por la vida es
una experiencia que decidimos hallar para aprender lo que necesitamos. No hay
nada más en esta simpleza, no existe mayor complejidad en esta misión.
Somos meros
transmisores al servicio de nuestros decretos ocultos, que decidimos olvidar
para encontrar la senda correcta en este juego de preguntas sin respuestas y
bifurcaciones erróneas pero atractivas. Que decisión tomar es una quiniela
entre el bien y el mal.
El destino es la
aleatoriedad mejor orquestada de todas las causalidades.
Mi trolley rasgaba los adoquines
de una acera del barrio de la Latina mientras buscaba el número quince de la
Plaza de la Cebada.
Madrid era una
inmensidad para mí, después de haber pasado gran parte de mi vida en Talavera
la Real me enfrentaba a aquel gigante de asfalto que engullía a todos aquellos
que mostraran la más mínima debilidad, o eso me habían contado.
En realidad no tenía
la menor idea de cómo bucear en una gran ciudad, pero siempre el miedo a la
desconocido queda inmerso en las mentes de aquellas personas que no conocen más
que el trabajo al sol entre olivos. Mera especulación hacia lo anónimo, como
muchos antes dijeran; querer atar las lenguas de los maldicientes es lo mismo
que querer poner puertas al campo y el terror a la urbe estaba tan instaurado
en aquellas personitas de pueblo que maldecían a diario la vida urbana. Yo, por
supuesto, no era una excepción.
El número quince de Plaza de la
Cebada quedaba frente a mí. Al acercarme veo el portero automático y me
dispongo a buscar el tercero B. Una vez lo encuentro lo pulso repetidas veces
hasta cerciorarme que escucharan mi llamada, espero que haya alguien en casa.
Pasan unos segundos
hasta que puedo escuchar la réplica.
- ¿Hola? - contesta una voz de mujer con bastante dulzura.
- ¿Patricia, eres tú?
- No, soy Noelia. ¿Quién eres?
Por primera vez
escuchaba la voz de su pareja. Tenía tantas ganas de conocerla y demostrar mi apoyo
a su valentía que había soñado miles de veces como serían nuestras primeras
palabras.
- Hola Noelia, soy Claudia la tía de Patricia.
Y los segundos
restantes se manifestaron con el más absoluto silencio.
- ¿Noelia? - insistí.
- Sí, sí. Encantada Claudia. Sube.
El sonido de la
apertura automática acalló todos los demás. Comenzaba un periplo complicado y
aquel era el primer paso hacia la redención.
- ¡Pero tía Claudia! ¿Por qué no me has avisado? Hubiera preparado algo
especial para tu recibimiento.
Patricia me abrazó.
Las muestras de cariño nunca fueron su fuerte pero conmigo eran tan habituales
como ponerse los zapatos cada mañana.
Se mostró cercana y
cálida, como era la costumbre conmigo. Siempre me gustó el olor de su pelo;
creo que ese perfume natural era el reflejo de lo extraordinaria persona que
era. La admiro porque siguió su camino sin importar lo que dejaba atrás y ahora
se puede percibir su felicidad. Las recompensas a los grandes sacrificios tarde
o temprano acaban por llegar.
- No sabía dónde ir - respondo compungida.
Un gesto de
preocupación se manifestó en las caras de Noelia y Patricia.
- ¿Qué ha pasado?
- Patricia, tú tío me ha pedido el divorcio.
- ¿Cómo? Pero se os veía muy felices juntos.
- Eso pensaba mi niña, pero al parecer ha encontrado una mujer que le
puede dar lo único que no puedo ofrecerle - las lágrimas comenzaban a bañar
mis mejillas y calaban el vestido que llevaba puesto.
- ¿Quieres un café Claudia? - el ofrecimiento de Noelia era una
pausa a toda aquella tensión.
- Con leche por favor. Gracias maja.
Se dispuso a
abandonar el salón, aquella estrategia era una acción cordial para poder estar
a solas con Patricia.
- Es muy guapa y se nota que es buena persona - me sincero.
- Es estupenda. No sabes cuánto me ha ayudado
en todos estos años. Ha sido mi pilar en Madrid, igual que tú lo fuiste en
Talavera.
- Todos merecemos ser escuchados, mi niña. Cuando entendemos a los
demás podemos comprender el porqué de todos sus movimientos y así predecir
donde se puede encontrar su felicidad. Lo demás es apoyar sus buenas decisiones
y aconsejar en las malas.
- Y ahora te mereces ser escuchada. Siempre he creído que eres una
mujer fuerte que no necesita de consejos, ni opiniones pero a veces nos
olvidamos que todos somos humanos y demandamos ser escuchados sin temor al
prejuicio. - Patricia agarra mi mano -
Nunca dejaré que te ocurra nada malo. Si decidí vivir mi vida es por tu apoyo y
ahora tú necesitas el mío.
- He podido enfrentar muchas dificultades. Bien sabes que ha sido un
reto diario por la auto-superación pero no me preparé para esto. Nunca me
blindé para ser rechazada por mi mayor debilidad.
No quería llorar pero
era una tarea difícil. Desde que conocí mi imposibilidad de tener hijos he
intentado suplir esta carencia con entretenimientos que me alejaran de aquella
realidad.
Desde pequeña este
sueño fue haciéndose más grande hasta ser demolido por aquellas pruebas que
sesgaron de cuajo todas mis ilusiones.
Muchos me dijeron que
la tarea de ser madre no era primaria para poder vivir al completo pero yo no
pensaba lo mismo y no me sentía mal por ello. Cada persona tiene sus sueños y
decide vivirlos como les apetece o percibirlos por la negación.
La satisfacción o frustración
son actos que decidimos y somos libres de experimentarlos sin ser analizados
como bichos raros por ello.
Dejadme frustrarme,
también esto forma parte de mí.
- Merecemos nuestros momentos de rabia y debilidad. No somos peores por
ello - Patricia me sonríe.
- No estoy preparada para esto. Es lo último que me hubiera imaginado.
- A veces la vida nos avisa de la posibilidad de otra manera de
afrontar los hechos que decidimos. En esas ocasiones donde nos zarandean como a
un pelele debemos hacer autocrítica y no caer en el sufrimiento. Siempre existe
una salida a todos los problemas.
Cuanto había crecido.
Nunca imaginé que aquella chica perdida podría convertirse en una mujer
decidida, pero como siempre la realidad se manifiesta de maneras impredecibles
y nos golpea con el paso de los años. Yo seguía estancada en la misma pose
artificial, intentando tapar todas las carencias con parches mal cosidos, en
vez de derrumbar todo lo que había construido de manera errónea para rehacer el
patrón desde cero y montar un vestido que me encajara como un guante.
Ya iba siendo hora de
comenzar.
- Quizá tengas razón. Los problemas sin solución son aquellos
que no queremos ponerles fin. Tengo que dejar esas convicciones
atrás y aceptar lo que soy.
- Exacto tía. Cuando nos aceptamos tal y como somos empezamos a ser un
poco más felices.
- Gracias Patricia.
- De nada y por cierto, puedes quedarte aquí el tiempo que sea
necesario.
- No quiero ser una molestia.
- Nunca has sido ni serás una molestia para nosotras.
Desconocía si aquella presión
liberada del pecho era una forma de evadir los problemas para comenzar a
replantear que es lo que tenía ahora. Durante muchos años había compartido la
vida con otra persona y ahora me encontraba sola ante un nuevo horizonte.
- ¿Puedo ir al baño?
- Claro, la segunda puerta del pasillo a la izquierda.
El espejo reflejaba una imagen
desconocida. Ojeras, cara desmaquillada, pelo revuelto y un vestido de
entretiempo en pleno invierno. Se podía intuir con la rapidez que había dejado
mi casa para huir de aquellas paredes llenas de recuerdos que ahora me negaba a
interiorizar. Necesitaba borrarlos por completo si no quería que me consumieran.
Aquel hombre que me
prometió la luna ahora danzaba con una joven de treinta años que podía
ofrecerle lo que yo no podía. ¿Y después qué? Cuando tuviera su hijo ¿estaría
completo?
Lo dudo, conocía bien
a aquel desgraciado. Había aceptado sus errores porque en el amor hay que ser
tolerante. La balanza se inclina hacia un lado u otro, cuando vemos que lo
positivo pesa más que lo negativo tenemos que hacer un juicio de valor y
aceptar que lo malo también hace especial a una persona, admitiendo que la
perfección no existe.
Patrañas. Las
idioteces internas no dejan de ser hechos que, tarde o temprano, acaban por
consumir una relación. Sí de verdad te importa alguien debes mejorar cada día.
Él nunca estuvo
dispuesto a mejorar por mí y eso fue su mayor acto de egoísmo que culminó con
mi abandono. La valentía no solo se mide por actos heroicos, a veces el mayor
rasgo de valentía es poder sacrificar algo importante para poder compartir, por
ejemplo, la vida.
No estaba dispuesta a
ser zarandeada por un personaje al que quería tanto que me costaba odiar. Nunca
podría albergar rencor hacia él, pero sí enumerar todas sus debilidades hasta
hacerlo desfallecer. Si algo había aprendido a lo largo de los años es que no
necesitaba de carácter para poder destrozarlo con simples hechos.
¡La culpa!, nunca
pudo con la culpa.
En un estante a la
izquierda del espejo hay una sucesión de pequeños botes de medicamentos. Los vacío
todos y comienzo a engullir lo que cae en mis manos. Uno tras otro hasta no
dejar nada.
Me siento en la taza
del wáter. Dejo pasar el tiempo y todo se ralentiza. Tengo sueño, comienzo a
perder el equilibrio y me deslizo hasta quedar sentada en el suelo.
Me pesan los brazos,
ya casi no puedo moverlos. La visión se enturbia y el mundo comienza a parecer
un recuerdo difuso.
El tiempo es algo
impredecible ahora, pueden haber pasado horas o quizás minutos. No estaba segura
de estar dentro de mi cuerpo porque no respondía a ninguna orden y todo se
oscurece.
¿Me siento orgullosa? Quizá no.
Intenté vivir de la mejor manera dadas mis dificultades pero no conseguí
encontrar mi labor en todo ese puzle inconcluso.
No pude ser fuerte y
enfrentar al titán. El valor no fue mi virtud, al fin y al cabo he decidido
acabar todo con el acto más cobarde.
¿Habrá sido la mejor
decisión?, no lo sé pero es la que he tomado. Ya me juzgaran otros que bien son
ilustrados en la imbecilidad, poniendo las razones que me han llevado a
realizar el suicidio. Al fin y al cabo todos vamos a acabar igual algún día.
Si tengo que repetir,
lo haría reencarnada en una estrella de mar. Podría decidir cuándo tener mi
descendencia y no depender de nadie. Vivir sola en el océano, viendo pasar el
oleaje agarrada a una roca y así pasar mis días.
Sola, sola… sola.
® Juanjo
Reinoso. 2018.
Efectivamente a nadie se le debería negar su identidad, y a veces cuesta mucho defenderla.
ResponderEliminarLas vidas encontradas siguen convergiendo con algún descarrilamiento, también.
Buena narración y bien trazada la sicología de los personajes, como siempre.
Muchas veces no entendemos los problemas de los demás y actuamos como hadas madrinas que pueden solucionarlo todo. El incoveniente es que, en muchas ocasiones, no sabemos nada de las circunstancias de los demás para afrontar sus dificultades y juzgamos la falta de movimiento que tienen esas personas.
ResponderEliminarYo soy de la opinión de sólo dar consejos, porque cada uno es esclavo de sus actos y si no quieren ponerle fin es por algo que han decidido en su momento que no les deja avanzar. No hay solución a un problema ajeno si el que lo sufre no pone empeño en solucionarlo. También hay personas que se regodean en sus problemas y no quieren solucionarlos, por lo que debemos dejarles hacer.
Por ello ha surgido este relato en vidas encontradas, una manera de exponer que aunque todos parezcamos fuertes y decididos (como se nos mostró esa Claudia del volumen I) en el fondo no aceptamos nuestras taras e intentamos rellenar esos huecos con actos insustanciales, cuando ese no es el camino.
Gracias por la opinión y en espera de más relatos tuyos.
Un saludo.
Muy de acuerdo en todo. Muy atinado lo de juzgar la falta de movimiento: se juzga a quien está quieto, pero se dispara a quien se mueve, es irónico…
ResponderEliminarSe debería dejar los “juicios” para los (falibles) jueces, cuando de veras la ley ha de intervenir. Y, en el terreno personal, plantar cara a las personas dañinas, simplemente, y que las juzgue el tiempo. Si las encaras y tienen más poder que tú, quizá te destruyan (o no). Pero vale más morir matando (en el sentido metafórico, ojo) a quien conduce una apisonadora que te va a aplastar de cualquier modo, en el caso de que sí te aplaste.
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Tengo serios problemas para concentrarme en escribir ahora, ojalá pueda retomar mi blog pronto. Gracias por interesarte y un abrazo. Seguiré leyendo tus escritos.