Hoy hace un año de mi llegada a Madrid. Recorro a diario sus calles
pero aún me siento una extraña inadaptada al ritmo frenético de una ciudad que
vive en constante cambio.
Todavía siento su rechazo, la firme lucha del débil contra el fuerte
que desbroza los pocos pilares de entereza que aún conservo.
Juré no venir a esta ciudad, por un absurdo ideal que pretendía ser un
eje de rigor y un faro a seguir para todos aquellos que por inercia acuden a
este lugar como peregrinación. Fui una estúpida por creerlo.
Cuando estudiaba arte dramático en Córdoba pensaba que el mundo se
posaría a mis pies. Porque poseía el talento, la fortaleza y el ímpetu para
conseguir cualquier cosa que me propusiera. Ahora pienso que era demasiado
ingenua.
Nadie regala nada, incluso el precio a pagar por ciertos caminos es
demasiado prohibitivo para personas que vienen del más absoluto desconocimiento,
del total anonimato.
No me arrepiento, nunca lo haré. Quizá, si hubiera conocido la mitad
del sufrimiento que me causaría tanta inactiva vocación hubiese optado por
seguir una vida más sencilla y una profesión menos castigada. Pero aquí estoy,
sufriendo a diario por mi elección e intentando alcanzar una meta que se
presenta demasiado borrosa y en exceso lejana.
- Perdone señorita, ¿tienen una
talla L de esta blusa? – me comenta una señora demasiado maquillada y con
un horroroso gusto combinando colores.
La zona outlet es un hervidero. Algunas prendas están desparramadas por
el suelo y montones de ropa se agrupan en los carros de oferta que se
distribuyen por toda la zona izquierda del local.
- Tenemos todo el stock en
exposición señora. Sólo nos quedan tallas específicas en algunos artículos y si
no existe ese tallaje en el estante es que, desgraciadamente, ya se vendieron– respondo a la mirada ahumada de la señora, realizada con bastante mal gusto.
- ¿No puedes mirar en almacén por
si quedara algún resto que no se haya vendido? – Insiste.
- Me temo que no tenemos más
prendas. En almacén sólo hay artículos de nueva temporada – intento zanjar
aquella estúpida conversación.
- Necesito una talla L de esta
prenda – eleva el tono y se muestra inquisitiva.
¿Qué diablos le pasa a este mundo?
- Me temo que no puedo satisfacer
su petición señora. En la zona outlet sólo quedan los restos de colección que
han sobrado de la temporada anterior y sí no existe el tallaje que usted me
pide tengo que comunicarle que se han agotado, disculpe las molestias.
- Quiero el libro de reclamaciones.
Aquella era mi vida. Entre estantes de ropa horrible y multitud de
gente indigesta que me importaba bien poco.
Mi entrevista de trabajo fue corta: “Es guapa y tiene el perfil” se
dijeron entre los entrevistadores ignorando mi presencia, como si fuera un
producto que se puede vender y cambiar. A todo esto se resumía la filosofía de
esta empresa: vendemos producto e imagen para la mujer. Yo sólo era una imagen
con la finalidad de vender su producto, lo demás no importaba, lo que pensara
era secundario.
Por fortuna, pedí parte del día para poder realizar el segundo casting
de un largometraje que comenzaría el rodaje a finales de febrero.
Son las diez de la mañana, dejo a la señora en el mostrador rellenando
la hoja de reclamaciones mientras mi jefa entre gestos y muecas me hace
entender que no me preocupe.
Sonrío intentando esconder mi reacción a la vista de aquel ser
espantoso y me encamino hacia los vestuarios del personal. Otra jornada más
acabada en aquel circo.
- Buenos días. ¿Su nombre? – Un señor me
observaba en la penumbra. Poco podía intuir de aquella mesa estrecha y larga
donde distinguía cuatro siluetas que jugueteaban con bolígrafos.
- Buenos días. Mi nombre es Marta
Cabali.
- ¿Qué nos vas a mostrar? –
Su voz era serena, dura y metálica.
- El parlamento de Sofía de la
escena cuarta perteneciente a la secuencia primera – respondo con convicción.
- Bien – toma notas en una libreta
– puedes comenzar.
Próxima parada Banco de España.
El traqueteo del metro es una melodía relajante que anestesia mi nerviosismo.
Me gusta cuando se puede ir sentada y el vagón es un encuentro lejano entre
personas de toda índole.
Estas horas son magníficas para disfrutar de una cauta calma, sin
empujones, sin babosos, sin malas caras de personas incómodas confinadas en
aquella lata de conservas móvil.
El metro se detiene pero nadie entra ni sale del vagón. Observo a
través de la ventana el paso de escasos viajeros que buscan la salida más
cercana a su destino y el tren comienza de nuevo su marcha.
Mi móvil entona su característica melodía. Introduzco la mano en mi
clutch y me topo con su redondeado canto, lo extraigo y observo. El número que
aparece es desconocido y me decido a descolgar.
- ¿Dígame?
- ¿Marta Cabali? - una voz
melodiosa con un acusado acento italiano surge a través del aparato.
- Sí, soy yo.
- Hola Marta. Mi nombre es Fabio
Romesco, soy el encargado de casting de la empresa Nuovo Perfile. He visto tu
prueba y me gustaría hablar contigo.
El tenaz ruido del metro desaparece y es sustituido por un agudo silbido
que hace tambalear todo mi cuerpo hasta convertirlo en una forma acuosa que
intenta desvanecerse. Me agarro a la barra que se sitúa junto al asiento e
intento no caerme hacia un lado.
- ¿Marta? – insiste.
- ¡Sí!, sí… claro Fabio,
encantada. ¿Cuándo nos vemos? – me decido a responder.
- Esta tarde estaría bien. ¿Te parece
quedar en la cafetería de La Central a las cinco de la tarde?
- ¿En Callao?
- Sí – Fabio tose – Perdón. Debo realizar unas gestiones pero
esa hora la tengo libre.
- ¡Claro! A las cinco en la
cafetería de La Central.
- Allí nos vemos.
Próxima parada Retiro.
La cafetería de La
Central estaba repleta. Entre murmullos y el sonido de tazas de porcelana se
escuchaba Soulman de Ben L’Oncle Soul en su versión en francés.
Me detengo junto a la barra y miro en rededor buscando a alguien que no
conocía, me sentía ridícula.
Un señor trajeado y entrado en kilos me saluda a través de la
muchedumbre. Le respondo con un saludo y me invita a acercarme.
- ¿Fabio?
- Sí, por favor siéntate Marta
- Vuelve a tomar asiento y espera a que ordene todas mis pertenecías en una
silla que quedaba libre en un lateral - Perdona
que te haya avisado con tan poco tiempo.
- ¡No!, no te preocupes.
- He visto tu prueba y aunque el perfil
que buscábamos no era el tuyo me he decidido a llamarte porque creo tener otra
cosa que te podría interesar.
- Vale.
- Si no te importa, voy a hacerte
unas preguntas personales para completar el perfil.
- En absoluto, pregunta.
- ¿Vives sola en Madrid?
- No, con mi hermano.
- ¿Por qué decidiste vivir con tu
hermano?
No entendía que influencia tenía todo aquello con el trabajo, aunque
quizá estaba buscando un perfil específico que tuviera ciertas características.
- Pues se divorció hace un año y me
sugirió vivir con él para poder sobrellevar mejor la separación. Manuel es muy
buen hombre pero tiene algunos problemas con la bebida.
- ¿Eres feliz aquí?
Esa pregunta me deja paralizada durante unos segundos - Todo lo feliz que puedo ser con mis
circunstancias.
- Bien. Creo que es suficiente
- Fabio saca de su maletín un sobre que deposita encima de la mesa.
- ¿La señorita va a tomar algo?
- interrumpe el camarero.
- Sí, un té verde por favor.
- ¿Y el señor? - se decide a
apuntar en la pantalla táctil que saca de un cinto hecho a medida.
- Un latte macchiato.
- Enseguida - Y el camarero desaparece
tan rápido como había aparecido.
- Marta. En este sobre tienes una
tarjeta de crédito junto al PIN, va a tu nombre y dispones de cincuenta mil
euros para comprar ropa y complementos. En su interior tienes el contacto de un
personal shopper que te recomiendo llamar. Mañana por la noche te necesito para
un evento y tienes que aparecer deslumbrante.
- ¿Cómo? - Fabio me entrega
el sobre en mano y lo agarro con indecisión.
¿Qué significaba todo aquello? ¿Cincuenta mil euros? Esa cantidad es la
que ganaba en tres años en aquel antro donde trabajaba.
- Te necesito testar para saber
si te desenvuelves bien. No te preocupes por el dinero, lo importante es que estés
cómoda - Fabio me observaba como una persona cosificada, una pertenencia
valiosa.
- ¿Qué me estás insinuando? –
comenzaba a no gustarme. No entendía el propósito de todo aquello. Regalar tal
suma de dinero tenía una intención y me daba miedo descubrirla.
- Marta te estoy ofreciendo el
fin de tus problemas, vivir a un nivel que muchas otras soñarían.
- ¿A qué precio Fabio?
- Al precio que estés dispuesta a
pagar – aquel baboso ricachón acarició mi mano y a través de su cejas
pobladas me dedicó un asqueroso guiño – cuanto
más ofrezcas mejor futuro tendrás.
El sobre se entrelazaba entre mis dedos adaptando su forma en una onda
que se igualaba a las olas que rompían en la orilla. Me quemaba pretendiendo
fusionarse hasta formar parte de mí.
Aquello era la solución a mis problemas; el dinero, la fama, el lujo.
Todo al alcance de la mano y lo tenía cerca, muy cerca. Sólo debía sacrificar
mi honor, mancillar mi conciencia y asesinar mi convicción de cómo debían ser
las cosas.
Tener moral en un mundo inmoral sólo crea frustración. ¿Quiero vivir en
este mundo siendo una desgraciada toda mi vida?
- Fabio. Antes de responder a tu
generosa petición quiero explicarte algo, para que entiendas mi decisión.
- Adelante – agachó la cabeza
en señal de aprobación.
- Procedo de una familia humilde andaluza. Mi padre es trabajador del
campo y mi madre cose para algunas tiendas de ropa de bebés. Nunca hemos tenido
grandes privilegios y siempre me han enseñado que todo lo conseguido con esfuerzo,
con orgullo se disfruta – Realizo una pausa antes de comenzar mi discurso -
Cuando era pequeña mi familia pasaba por
una situación difícil, los años ochenta fueron complicados para muchas personas
y nosotros no éramos distintos al resto. Mi padre trabajaba a jornal en una
finca y el día que llovía era día perdido. Al tiempo el dueño del cortijo
ofreció a mi padre poder ser el encargado, eso conllevaba un sueldo fijo todos
los meses y el final de todos los problemas. Pero aquella oferta escondía algo,
para poder disfrutar de ese puesto mi padre debía afiliarse a Fuerza Nueva y
eso topaba con todos los ideales políticos que estaba defendiendo, por lo que
rechazó la oferta y fue despedido -vuelvo a depositar el sobre en la mesa y
lo acerco hacia Fabio - Gracias por el
ofrecimiento, pero debo declinar la oferta. Buenas tardes.
Recojo de la silla mis tristes pertenencias que lejos quedaban de los
costosos complementos que me habían ofrecido y de la vida de lujo que dejaba atrás. Comienzo el camino hacia la salida mientras el camarero trae el latte macchiato y el té verde.
- ¡Un momento Marta! – interrumpió
Fabio.
Me volteo sobre los pies y solemne alzo la mirada hasta encontrarme con el rostro de aquel personaje.
- ¿Sí?
- ¿Qué pasó con tu padre después
de su despido?
Bajo la cabeza deseando contener mi enfado. Intento responder con la
mayor tranquilidad posible y al levantar de nuevo la mirada contesto – A la semana volvió a ser contratado en el
mismo lugar.
-¿Por qué?
- Porque las personas que se
traicionan a sí mismas son capaces de traicionar a cualquiera.
® 2018. Juanjo Reinoso.
Me gusta encontrarme con las vidas que escribes. Siguen siendo palpables y muestras la realidad a flor de piel, y el realismo de tus escenarios está muy bien logrado. Ese “sobre de la tentación” como una onda es una buena alegoría, y dice mucho. Buena historia.
ResponderEliminarPara ser fiel yo a mí mismo también, te haré una pequeña crítica. La cual puedes cortar por la línea de puntos y tirar a la papelera, si te parece impertinente (o pertinente). Porque sabes escribir bien y sabes bien lo que escribes, así que solo son matices.
Lo que ocurre es que soy un poco quisquilloso con lo que vale la pena. Lo que no, ni me molesto en criticarlo.
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Tuviste un lapsus con el “incrédula” del segundo párrafo, que debería ser “crédula”(o ingenua). ¿Me equivoco?
¿Gente “ingesta” o gente indigesta?
El “ahumado con pésimo gusto realizado” es una rima interna un poco fea, creo.
Aparte, aunque el texto es fluido y se entiende bien, te saltas algún que otro signo de puntuación/pronombre por ahí, lo cual confunde un poco:
“Me vuelvo sobre mis pies y quedo solemne a unos metros de la mesa“
Bueno, sospecho que todo lo que subrayé (si no estoy errado yo) se debe al apresuramiento al corregir. En todo caso, ya te dije: quédate con lo que puse antes de los puntos, o corta por donde tú prefieras.
Muchas Gracias Bonifacio de nuevo.
ResponderEliminarTienes toda la razón en las correcciones y las revisaré porque opino lo mismo.
Es una excelente crítica que asumo con total humildad porque es cierta.
Disculpa las erratas pero publicar cada semana y con poco tiempo, a veces me hace no estar todo lo atento que debiera.
Un saludo.
Te entiendo bien. Yo reviso lo que escribo muchas veces, de forma casi obsesiva. E incluso así, sigo encontrando errores luego, cuando ya publiqué el texto. Por suerte, corregir en esta plataforma es fácil.
EliminarYa puestos, si encuentras algún error de bulto en algo que yo he escrito no dudes en decírmelo. Los errores de escritura, como los de carácter, son como los cuernos: uno es el último en notarlos. Y por suerte, los de escritura sí son fácilmente subsanables.