La vida es ese compendio de cosas
que suceden sin aparente sentido. Una historia abierta con diversos finales y
nudos infinitos. Cómo puntualizar y separar sus hilos conductores es tan
complejo como querer poner diques al océano.
Hace años que Luccio no veía el
mar, tantos que había olvidado el chasquido de las olas al romper con las
rocas. El recuerdo era un vago punto en su mente, un eco manido en sus
pensamientos, imperecedero pero lejano, muy lejano.
Los gritos de Rooks a través del
altavoz se convertían en aquel recuerdo; el mar, sus olas y las rocas. La
lejanía tomando forma y creando un punto en su mente, sin alcance, lejano e
inalcanzable.
-- ¡Maldita sea Luccio! ¿Qué
cojones está pasando? – el tono nervioso de Rooks no sacaba a Luccio de su
ensoñación.
La belleza del canto de sirena
que aniquila los sentidos, los convierte en resonancias de pasado inalcanzable
y nunca podrán ser futuro, porque se manifiestan en su más burda expresión
animal, simples bestias. En esta delgada línea de pasado, presente y futuro.
¿Qué estaba ocurriendo?
-- Uno, dos, tres, cuatro. ¿Quién
podrá ver a través de mí? Cinco, seis, siete, ocho. No somos nada más que la
sombra; allá iremos a encontrarnos con nosotros mismos. Nueve, diez, once. Once
son las etapas que debemos pasar, once… once -- Luccio recitaba con la mirada
perdida, observando a través del puente a la nave colona.
-- ¿Qué dices Luccio?
¡PLAK!
La sangre brotaba de la cabeza de
Rico, un duro golpe le había dejado sin sentido. Luccio sujetaba la palanca de
emergencia entre las manos, parte del cuero cabelludo de la piloto se había
adosado a las formas angulosas que se diseñaron para encajar en las puertas
romboides.
-- Desde el confín del universo
vine, esperando, agazapado en un exilio. Allá en las marcas del infinito que
dejaron que me consumiera. ¿Rooks?-- Luccio comenzó a reir.
-- ¡Sácame de aquí Luccio! -- la
desesperación de Rooks se convertía en pánico, miedo y desesperanza.
-- Amigo Rooks, déjame ver tu
miedo. Él me guiará hacia ti.
Luccio golpeó el cristal de
emergencia que se manifestaba junto al puente de mando y accionó un pequeño
interruptor.
LA AUTODESTRUCCIÓN HA SIDO
ACTIVADA. FALTAN 5 MINUTOS PARA LA FISIÓN DEL NÚCLEO.
La
desesperanza es el peor sentimiento que había sentido Rooks. Abandonado,
intentando hablar con el comandante, pero la conversación había sido
interrumpida. Repetía su nombre; gritando, susurrando y entonando como un tenor
para que le escuchara. Era inútil.
Déjame ver tu miedo. La última frase de Luccio había asustado a
Rooks, tanto que un intenso escalofrío surgía de sus extremidades congelando
todo su cuerpo. ¿Qué miedo?
Y el miedo surgió. De su mente
aquellas sombras olvidadas desde hacía años se adueñaron de sus pensamientos,
expuestas de tal manera que activaron todas sus alertas naturales.
Aquel señor que se escondía entre
la noche, con su sombrero y extremidades largas. Siempre en la sombra, la
cara que nunca pudo observar porque acuñaba los rincones de su habitación
esperando a que se durmiera, pero nunca durmió por temor.
Aquella silueta siempre lo esperó
entre las sábanas, esquivo y alargado, como una serpiente reptando entre la
oscuridad, huyendo de la luz. Un miedo nocturno.
-- El señor del sombrero.
Recordó todas aquellas largas
sesiones con el psicólogo infantil pero aquella forma nunca se fue, permanecía
fiel a su lado de la cama, junto a la esquina donde la luz no incidía. Allí persistían
sus ojos vidriosos, dos puntos plateados que observaban noche tras noche,
durante meses, a lo largo de años.
Pero un día se marchó, como una
estación que cambia repentina y te hace sacar toda la ropa estacional, sin
tiempo a pensar. Simplemente ocurre y el señor del sombrero se fue.
Rooks no lo echó de menos, aunque
miraba a diario aquella esquina oscura que la habitación dejaba, durante años,
hasta que un día olvidó. Se volvió borroso como el fondo a través de un cristal
ácido y con el tiempo desapareció, borrado, formateado.
El
pasillo central lucía majestuoso, a plena luz y como si no hubiera pasado el
tiempo en aquella carcasa metálica. El generador emitía su repetitivo sonido
amortiguado por las placas aislantes que lo convertían en un susurro imperecedero.
Pero todo comenzó a cambiar en
segundos y la iluminación se debilitó hasta hacerse mínima. El pasillo era una
penumbra sustentada por lámparas que lucían a un escaso diez por ciento. Rooks
se percató que el generador funcionaba a la perfección y aquella bajada de
tensión no tenía ningún sentido.
El señor del sombrero; al final
del pasillo. Sus inconfundibles brazos largos y dedos esqueléticos. Permanecía
erguido casi rozando el techo con su bombín. Ahora lo veía mucho mejor y
observaba sus delgadas piernas.
El porte encorvado y familiar le
esperaba en la única salida posible. Movía los dedos de forma repetitiva, como
intentando rasgar algo invisible.
-- Rooks -- la voz del señor de
sombrero era grave, fantasmal -- Estaba esperando este día, sabía que llegaría
cuando las líneas se manifestaron. Por eso decidí esperar y marchar hasta que
pudiera ser más fuerte, enfrentarme sin temor a otros miedos. Tú y yo, solos.
®Juanjo Reinoso
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