… Y Dios se alzó, furioso, con la mano
sagrada que castiga al desobediente.
La perdición es el fruto maduro
que azota la desidia, el cantar avispado construido bajo capas de adobe
descalcificado, pilares de la dominación.
¿Quién bajo el influjo de una deidad puede condenar?
Las personificaciones de los dioses son excusas vanas para la opresión.
La eternidad hecha codicia y el báculo castigador del que se nombra a sí mismo
portador de la verdad, de la divinidad, de considerar ser el elegido.
El símbolo de poder bajo la insignia distinguible que oprime al
indeseado, que domina al sumiso, que castiga al hereje y que condena al iluso.
Siglos de historia han pasado sin demostrar que el libre albedrío haya
servido. Sopesar el poco bien frente a tanta carga de mal hace complejo cambiar
mi opinión.
Mentiras y más mentiras, justificadas bajo el viejo rito de la
repetición hasta la saciedad, hasta hacerlas una verdad, hasta ver morir a los
que las negaban y seguir repitiendo, seguir liquidando, continuar engañando y
al final, la única verdad es la mentira.
Acabaremos por despertar, por descifrar este hermetismo y comenzaremos
a dejar de tener miedo al sonido de las trompetas, a la fugacidad de las saetas
que se lanzan al cielo y empezaremos a conocernos a nosotros mismos.
…Matadlos
a todos, que Dios, reconocerá a los suyos…
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